viernes, 12 de enero de 2018

Notas aleatorias...

   Me he expuesto en estas lineas bastantes veces, diciendo cosas que no debería decir, cosas que me avergonzarían en público, otras que no tanto... el hecho de dejarlo aquí plasmado, que a su vez, siempre tendré el poder de borrar; es para desahogar un poco las cosas que rondan por mi mente, para lograr un poco de calma que generalmente no llega del todo.
   No digo que tenga una vida excitante, de hecho, es muy conformista, pero precisamente eso es lo que me hace pensar una y otra y otra cosa, inventando historias... a propósito de historias, anoche estaba inmerso en una "El hombre que no podía dormir":

   Había una vez un hombre que todas las noches, sin importar cuán cansado estuviese, sin importar la hora ni el lugar, siempre se tomaba un té de manzanilla antes de irse a dormir. Este hombre llegó a vivir 90 años, y olvidó en qué momento empezó ese hábito; solamente se decía a si mismo que sin té de manzanilla no podría dormir... hasta que murió.
   Lo curioso del caso de esta persona es que, imaginemos por un segundo, que desde pequeño le daba el té, de adolescente él mismo se lo preparaba así hasta su tercera edad; nunca dejó de tomarlo, sí salía fuera de su lugar de residencia, siempre cargaba consigo su ramitas de manzanilla (pues llegó a tal grado de tener sus plantas), casi toda su vida giraba en torno a ese punto de cierre de sus días. Por lo que nunca supo si en verdad, el té le ayudaba a dormir.
   El hombre que no podía dormir no era él, era quien pensaba en la historia, tratando de imaginar de dónde salió esa costumbre, si su mamá le mezclaba la leche materna con el té, si de niño lo obligaban a tomarlo, si de adolescente fue su cura contra el insomnio; nunca supe el porqué no dejar pasar un sólo día sin el té.

sábado, 6 de enero de 2018

Si tan sólo lograra entender un poco...

No sabía la verdad cómo decirle lo que siento, tenía muchas dudas, tenía muchas hipótesis. Cada cosa que pensaba me llevaba a otra y a otra, era un cuento interminable.
Ella estando tan lejos y no me refiero a los kilómetros de distancia que existen en este momento entre nosotros, más bien a las millas náuticas de indiferencia que hay de su persona para conmigo… por eso está tan lejos. Le importo tan poco; le importo en el sentido de que si me ve en problemas en la calle, con alguna necesidad que ella pueda cubrir, ya sea que me faltasen unos pesos para completar el pasaje de autobús, o ya fuese que tuviese un poco de hambre y ella tuviese un poco de comida, ella compartiría conmigo; pero solamente de esa manera es como le importo: como cualquier otra persona o animal en necesidad de un poco de ayuda. Esa es quizá una de las más claras definiciones de nobleza, lo que a ella la hace ser ella.
Libre, independiente, fuerte, noble, carismática, cómica, recia, sensible, divertida, apasionada, terca, inteligente, amable, superflua cuando se requiere, paciente, educada… y eso nada más es la superficie, pues también es frágil, con un corazón enorme, con ansias de amor a su manera, con ansias de compartir su amor a la vida.
Me prometí no leer más fotografías, sobre todo de ella, y era fácil, porque no quería saberlo de esa manera, quería y quiero descubrirla todavía, en todas sus facetas, en todas sus dimensiones. Pero mis intereses no son importantes en esto, porque no se trata de hacer lo que se quiere cuando se involucra a otras personas. Tal vez ahí es donde fallo, a lo mejor es ahí donde radica gran parte del rechazo de la gente hacia a mí, por no tener esa fuerza, esa fiereza, esa seguridad de ir por lo que deseo; más debes entender: el amor es complicado, no se debe forzar nada, por ello, cualquier cosa, cualquier danza de apareamiento, cualquier ritual de cortejo, los encuentro vanos y además los veo como casi el apuntar un arma o mejor dicho, como cocer langostas sin provocar dolor en un principio, cuando las metes al agua al tiempo y después enciendes la llama para que se vaya hirviendo sin que ellas mismas se den cuenta de que el agua se está calentado de tal forma que acabará con su existencia.
Y la conocí
Y cenamos.
Estuve nervioso desde la tarde, cuando ya me di cuenta de que sería inevitable un encuentro, un encuentro que yo pedía a gritos desde algunos meses. Llegó y le abracé, porque así suelo hacerlo con todas las personas, llegó y nos saludamos, le apunté mi auto y ella subió sin miedo. Alcancé a ver sus ojos, que en fotografía lucen más grandes de lo que son, pero que en carne viva reflejan lágrimas que han salido por las noches, muchas veces por su soledad, más veces por la injusticia de la vida en cuanto a todo; pero también un poco de resignación y esperanza hay en ellos, de que lo hace cuenta para bien, cuenta para futuro –y tiene razón.
Subió sin miedo, mi boca no lograba articular mucho, de verdad no me encontraba en mis cinco sentidos “¿tienes hambre?” alcancé a preguntar, obviamente estaba famélica, estuvo ocupada desde la mañana, participando en el sueño colectivo con miras a una mejor nación, a una mejor humanidad; cosa que toma tiempo y esfuerzo, pero envuelve tanto que no se nota, hasta que tienes un respiro. “La verdad si, tengo mucha hambre, pero a ti ¿qué se te antoja? ¿qué te gustaría comer de aquí?” Y pues no pude evitar decir qué era lo que no quería comer, en parte buscando sugerencias, en parte siendo la persona imprudente y estúpida que soy.

De verdad parece que no estoy hecho para socializar, para tener pareja más que nada.